POPAYÁN, PRIMER ENCUENTRO CON LOS VIAJEROS

jhon y el camino

Llevamos alrededor de una semana y media de viaje.

Estuvimos una semana en Popayán en la casa de una amiga.

Viajando por territorio que ya conocíamos desde antes, uno se siente confiado.

Salimos a jugar al semáforo, y nos divertimos muchísimo, pues en los semáforos de la avenida hay gente que va de paso, no es muy frecuente ver a alguien en la cuerda floja y tampoco una payasa loca saltando (YO).

Siempre pendientes de todos aquellos que viajan sin dinero, encontramos en Popayán había más o menos cinco grupos de malabaristas, algunos que andan solos, otros en grupos de dos o tres.

Subimos al mirador de Popayán desde donde se puede apreciar toda la ciudad, un lugar hermoso para tomar fotos y contemplar el atardecer.

atardecer en popayán

Cerca del centro comercial encontramos una pareja de Medellín, ella tenía el pelo pintado de mono, unas gafas oscuras y ropa nueva. Ella jugaba swing (un juego donde juguetes de malabares que dibujan círculos alrededor del malabarista) con unas banderas de colores, sabía jugar clavas (otro juego de malabares parecido a una botella que se usa para principalmente hacer lanzamientos) y también tenían un diábolo (que es un juguete en forma de reloj de arena, manejado con una cuerda atada a dos palillos, uno en cada mano).

Sentí vergüenza de que pudieran ver lo poco que yo sabía de swing y lo ridículo que podría resultar mi juego de clown, aunque la gente que me veía celebraba mucho.

Sentí admiración al ver todo lo que ella sabía jugar y lo bonita que estaba con su pelo pintado de rubio y sus gafas oscuras, su mirada esquiva que resaltaba su vanidad y su seguridad. Su novio era un joven callado y noble, jugaba muy bien malabares pues era el que recibía las clavas de los otros dos y las lanzaba con una gran precisión, estaban con un chileno que hablaba ecuatoriano.

Pero el miedo y la inquietud que cobija lo desconocido esta siempre ahí; la emoción de salir del país no daba espera, a los tres días seguimos el camino, y llegamos a Pasto.

 

PASTO Y LA ECONOMÍA DE LOS MOCHILEROS

Nos quedamos en Pasto casi quince días, pues debíamos pagar un llamador ( un tambor de música folclórica colombiana) , que sería nuestro sustento musical y nuestro salvador en los momentos difíciles; lo había traído Fernando, un amigo paisa desde San Jacinto, por tan solo 30 mil pesos, aparte de eso debíamos enviar plata al hijo de John.

Llegamos a un hotel que me habían recomendado familiares, no dejaban lavar ropa y había que pagar 2 mil pesos por cada prenda, le propuse a la recepcionista que lavaría en la ducha y enfurecida me lo prohibió.

  • Consejo: siempre buscamos los artesanos o malabaristas para ubicar, te darán todas las opciones, los diferentes precios y comodidades.

Al día siguiente, salimos a recorrer el centro y encontramos un callejón cerca de la plaza donde se ubicaban los artesanos, ahí conocimos un viajero, que nos indicó donde quedaba el hotel en el que nos quedamos el resto del tiempo. El viajero era flaco, alto y tenía el pelo largo, venía de Manizales, donde era dueño de una caseta en la calle, estaba orgulloso de eso, pero acentuaba con tono trágico que en su condición de nómada no podía atenderla, así que tenía que dejarla tirada o alquilarla.

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Tenía ganas de viajar hacia el sur, a Máncora, para la temporada, el periodo de vacaciones donde las ventas son mayores. Había más artesanos, uno de ellos en silla de ruedas, sentí una gran admiración al ver un hombre en esta condición con el valor para salir de viaje, solo y lejos de su casa y guerrearse el día a día en las calles de una ciudad ajena. Junto con él salían todos los viajeros a tomar a un bar los fines de semana, tomaban hervido, una aromática de maracuyá con una copa de punta (licor tradicional, artesanal e ilegal del sur de Colombia extraído de las puntas de la caña) en cada tasa.

Recomendado: El hervido es una bebida tradicional, el licor se fabrica con las puntas de la caña y  mezclan con aromática de maracuyá, lo venden en la plaza unas señoras que lo calientan en carbón, y que deben salir corriendo cada vez que llega la policía, este trago regula la temperatura incluso aún a las tres de la mañana y solo con un vaso queda uno tentado para seguir la fiesta, sin hambre y sin sueño.

El hotel, frente a la Plaza del Carnaval, costaba 10 mil pesos, era muy limpio y con televisor, el baño era compartido pero lo limpiaban varias veces al día.

Pasto estaba lleno de viajeros, solo dos de los malabaristas eran pastusos. Volvimos a encontrar allí la pareja de Medellín, de la joven rubia de gafas oscuras, su novio y el joven de Ecuador, que primero había dicho que era chileno, lo que dudamos desde el principio al ver que no jugaba bien malabares; nos comentaron que les iba muy mal en el semáforo pues todo el mundo les subía las ventanas, pero los ríos de sudor que en ellos provocaban los incesantes rayos del sol, no era un impedimento para realizar el trabajo que hacía falta para cruzar la frontera y llegar hasta Guayaquil. Andaban con las maletas al hombro, nos despedimos de ellos con la certeza de que volveríamos a encontrarnos, pero no fue así.

Algunos monstruos del malabarismo

Muchos de los malabaristas tenían monociclos, vehículo como las bicicletas pero de una sola rueda, y jirafas que son monociclos con una altura aproximada de 2 metros.

Uno de ellos, tenía un espectáculo sorprendente, se subía en un monociclo jirafa, hacía spinning (juego de la malabares donde se gira un objeto que esta en equilibrio); mientras sostenía un palito en la boca sobre el cual rotaba un plato, una pelota girando en la cabeza y otra en el pie,  y mientras tanto jugaba malabares con clavas, también hacía rebotes o sea que rebotaba pelotas, sobre el cuerpo o el piso. 

Mientras esperábamos en Pasto, fuimos al volcán galeras, a los fríos termales y a comer cuy.